Fecha de publicación:
25/08/2023
Fuente: El País
A veces cuesta poner cara a ese desconocido que interrumpe nuestra siesta con una llamada. Apenas atendemos ya hemos colgado, sin conocer siquiera el producto que nos intenta vender. Es difícil imaginar que esas personas, perdidas en el último cubículo del mundo, puedan ser los héroes de una historia.Dos de esos comerciales telefónicos protagonizan Telemarketers, serie documental de HBO Max estrenada este mes y un llamativo trabajo de periodismo ciudadano que destapa las actividades delictivas de CDG (Civic Development Group), empresa responsable de una de las mayores estafas de telemarketing en la historia. Desde principios de los noventa, la firma recaudó dinero en nombre de organizaciones benéficas para quedarse el 90% de los donativos. La cantidad total es imposible de cuantificar, pero se calcula que ronda los mil millones de dólares (920 millones de euros).Los empleados protagonistas son dos inadaptados, a menudo bajo los efectos de alguna droga, que grabaron todo desde dentro, armados con una videocámara y con una pipa de bong. Su estilo narrativo es singular pero impactante. Años más tarde, el material se ha transformado en una serie dirigida por Sam Lipman-Stern, uno de los extrabajadores, junto al documentalista Adam Bhala Lough, y producido por los hermanos Safdie, firmantes de títulos de culto como Good Time (2017) y Diamantes en bruto (2019).En 2001, Lipman-Stern, codirector de la cinta y uno de los protagonistas de esta historia, dejó el instituto y se puso a buscar trabajo. Solo encontró una empresa que accediera a contratarle: CDG, gigante del telemarketing estadounidense, dedicado a la captación de fondos benéficos. Los espacios de trabajo de la oficina estaban distribuidos en cubículos. En cada uno de ellos había un teleoperador con la mirada fija en la pantalla monocroma de un ordenador de tubo. Llevaban un micrófono de diadema y estaban pendientes de una hoja de instrucciones grapada en una de las paredes. El objetivo: convencer a las personas del otro lado de la línea de que donaran dinero a supuestas causas benéficas como ayudar al cuerpo de policía, los veteranos de guerra o los pacientes de cáncer.Siempre según la serie, el ambiente de trabajo era divertido de puro loco. Las reglas, mínimas. No representaba inconveniente armar escándalo, ligar en los baños, ni hacer carreras de sillas en la oficina. Tampoco beber alcohol, ni consumir cocaína en el área de descanso. La discreción no era una prioridad, ni ante la empresa, ni entre ellos. La mayoría de trabajadores habían pasado por la cárcel. Como uno de los empleados reconoce: “CDG era lugar en el que contrataban a los que no contrataban en ningún sitio”. A Lipman-Stern le pareció buena idea grabar su insólito entorno laboral y compartirlo en YouTube. “Era como una familia disfuncional”, le dijo recientemente a Time. “Tenías a un asesino a tu derecha y un ladrón de bancos a tu izquierda. Es imposible que un guionista pueda escribir personajes así”.Un héroe singularEntre esos personajes estaba Pat Pespas, una leyenda del telemarketing, que exhibe un carisma particular en pantalla. Es adicto a la heroína y, a la vez, un eficiente trabajador. Tiene una moral intachable y resulta mejor vendedor después de consumir droga. En una de las escenas iniciales, se mete un chute en su hora de almuerzo y regresa lleno de confianza a la centralita para cerrar una venta. Es él quien, con sensacional lucidez, reconoce antes que nadie su auténtica función en la empresa: “Lo que hacemos es llamar a la gente... y sacarles el dinero”.Es una definición precisa de la esencia empresarial de CDG. Fundada en 1990, se quedaba con gran parte de las donaciones. En ocasiones, menos del 10% iba a las causas benéficas. Los donantes desconocían todo esto. Si preguntaban, las instrucciones pegadas en la pared aconsejaban mentir y asegurar que el total de lo recaudado iba a las asociaciones. “CDG parecía sacada de una película de gánsteres”, dice un trabajador en la serie.Lipman-Stern y Pespas lo descubrieron. Decidieron registrar el modus operandi de la empresa, ya no por el exotismo de sus empleados, sino para acumular pruebas de las tácticas delictivas que estaban ejecutando. “El modelo se basaba en contratar a exconvictos y drogadictos porque son grandes estafadores”, afirma Lipman-Stern. “Saben cómo sacarle dinero a la gente y no van a decir nada sobre actividades sospechosas”. El éxito de los vendedores, que ganaban 10 dólares la hora y no recibían comisiones, radicaba en su habilidad para sonar creíbles por teléfono. En el primer capítulo, algunos trabajadores mencionan que los jefes les aconsejaban imitar el acento de la policía local: “Pensad en cómo suenan los policías en los dibujos y tratad de imitarlos”.La empresa la lideraban dos parejas de hermanos: los Keezer y los Pasch. Uno de ellos era músico en una banda de rock cristiano. En 2010, la FTC (Comisión Federal de Comercio) multó a la empresa con 18,8 millones de dólares (17,4 millones de euros) por fraude y detuvo sus operaciones, aunque los Keezer y Pasch no enfrentaron cargos penales. Los protagonistas de la serie advirtieron que, una vez CDG quedó fuera de juego, otras empresas de telemarketing habían copiado su modelo de estafa. Por eso, ya desde la calle, con Pespas trabajando de repartidor de comida china, decidieron continuar sus investigaciones.Stoner movieResulta cautivador el intento de estos dos inadaptados sociales por seguir los pasos de Michael Moore y destapar las intrincadas redes de corrupción en el mundo del telemarketing. También es una redención espiritual para Pat Pespas, que convierte la serie en la epopeya de un antihéroe en busca de justicia, quien además logra vencer sus adicciones. Su esfuerzo por desenmascarar escándalos oscila entre el entusiasmo y la torpeza. Aprovechan sus virtudes de teleoperadores —insistencia y persuasión—, para tirar del hilo y terminan haciendo del documental una maravillosa comedia de amigos, que oscila entre varios géneros cinematográficos.Telemarketers casi parece stoner movie de no ficción. Este subgénero cinematográfico, que en español podría traducirse como cine fumeta, se centra en el consumo recreativo de cannabis, donde la marihuana actúa como un elemento central o catalizador de la trama. Se distingue por tener un humor excéntrico, personajes de naturaleza despreocupada, a menudo envueltos en situaciones extravagantes o surrealistas, que son producto o están influidas por el estado alterado de los personajes debido al consumo de cannabis.Algunos hitos del género son Como humo se va (1978), una icónica película que narra las peripecias del dúo cómico Cheech y Chong para conseguir la mejor marihuana de California; Movida del 76 (1993), más que una stoner movie una obra generacional que sigue a un grupo de estudiantes divagando sobre la vida y el futuro siempre con un porro encendido; Superfumados (2008), comedia de acción donde dos consumidores de cannabis se ven envueltos en una trama criminal tras presenciar un asesinato; o Dos colgaos muy fumaos (2004), la epopeya de dos fumados en busca de la hamburguesa perfecta. Con un pie en el cine negro están El Gran Lebowski (1998), de los hermanos Coen, Puro vicio (2014), de Paul Thomas Anderson, y Lo que esconde Silver Lake (2018).Los personajes de Telemarketers no limitan al cannabis su consumo estupefaciente, pero agrupan todos los elementos esenciales que definen el género. Solo cambia que estos personajes no han salido de la pluma de ningún guionista. Se asemejan al protagonista de El gran Lebowski en su visión ciertamente benevolente del mundo. Para Lipman-Stern, la historia no es del todo mala: “CDG dio empleo a personas que no podían conseguir trabajo, desde un grafitero de 14 años hasta una persona con trastorno de ansiedad”, declaró en Time. Después añadió que la historia también refleja la generosidad de miles de personas que quisieron contribuir con donaciones a causas benéficas: “Las organizaciones sin ánimo de lucro son increíbles. Simplemente, no era lo que nosotros estábamos haciendo”.Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter. Seguir leyendo