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La inmigración es, sin duda, uno de los mayores desafíos, por no utilizar la palabra problema, que parece tabú, a los que se enfrenta la civilización occidental, es decir, el mundo libre. No es fácil la solución pero tampoco debemos hacer de ella un imposible. Requiere una mezcla, en adecuada proporción, de mesura y energía, algo que, para las mentes más simples, pudiera parecer un oxímoron pero que debemos conseguir que no lo sea. Me explico.
De entrada, creo que todos coincidimos en la necesidad de actuar de urgencia ante una necesidad en mitad del mar. Aunque sabemos que la llegada no es casual, aunque sabemos que los viajes están organizados por mafias especialmente crueles, bajo ningún concepto podemos dejar que se ahoguen. Ahí está la Guardia Civil y otros organismos públicos (huyamos de algunas organizaciones supuestamente altruistas) que se juegan el pellejo y nuestros impuestos para hacer lo que hay que hacer: salvar vidas.
Llegados a puerto, solos o con ayuda de otros, lo primero, una vez más, es prestarles asistencia, médica y alimenticia, por mucho que algunos se empeñen en prohibirnos que hablemos de enfermedades y demás. Esa es una de sus muchas contradicciones: exigen, y hacen bien, que se les preste toda la ayuda posible, y la primera es la médica, pero no podemos decir que están enfermos o cosas así. No se entiende.
Bien. Ya les henos rescatado del mar, les hemos prestado asistencia médica (ojalá pudiéramos salvar a todos, que no siempre sucede) y les hemos provisto de alimentos, bebidas y ropa adecuada, que la de África aquí no parece suficiente. Poco más podemos hacer por mucho que el buenismo meapilas a veces nos impela a ello.
Menores o no, pero muy especialmente los menores, han de volver a su país. El último esfuerzo que debemos hacer por ellos es lograr que ese retorno se efectúe en las mejores condiciones de seguridad y dignidad, pero hay que hacerlo. Alemania, la Alemania del Gobierno socialdemócrata, lo llama deportación. Quizá sea más correcto repatriación.
Lo contrario, el esperpento en estos días de Halloween, Santos y Fieles Difuntos, es un yo invito y tú pagas. El Gobierno central traslada, y es lógico porque Canarias ya no da más de sí, a los inmigrantes a diferentes regiones y son éstas, y los municipios, las competentes en materia de sanidad y servicios sociales, una vez que en la España de las autonomías el Gobierno central ya no tiene atribuciones en casi nada.
Nos dicen que tranquilos, que es cuestión de mes y medio. Hombre, nos tranquiliza mucho que en mes y medio ya no estén alojados en Las Salinas. Nos dicen que tranquilos, que, quien más, quien menos, tiene familia en Castilla y León. De todos es sabido que los senegaleses tienen, casi todos, un primo en Almazán o en Moraleja de las Panaderas. Ingenuos los que creen que así se acaba con la despoblación, Ingenuos.
Los mismos que critican, puede que con razón, las listas de espera en la sanidad; los mismos que critican las tasas de paro; las deficiencias, que las habrá, en los servicios sociales, o la falta de atractivos para nuestros jóvenes.
Los llaman migrantes, no inmigrantes, como queriendo decir que hoy vienen, mañana se van y así sucesivamente. Pues no, sencillamente porque ¿dónde van a ir? Alemania ya ha dicho no. Francia, con París y Marsella ardiendo, tampoco está por la labor. Y, en Italia, ‘il popolo’ habló en las urnas. Y, hablando de urnas, ¿cuándo nos van a enviar oleadas de inmigrantes en medio de una campaña electoral? Ah, que no, que mejor luego.
Fecha de publicación:
01/11/2023
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